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Lo malo de los lácteos son las proteínas, ¿o no?

El peligro de caer en el reduccionismo y basar todo en la ciencia analítica no ayudan a entender bien si lo malo de los lácteos es un compuesto determinado:
  • “La fruta es mala porque tiene azúcar”
  • “Los aceites vegetales son malos porque tienen ácido linoleico”
  • “La carne es mala porque tiene grasas saturadas”
  • Y “el Bollycao es bueno porque tiene hierro”

Como decía Alex Oncina en su última publicación, “ni la fruta es mala por tener azúcar ni el Bollycao es bueno por tener hierro”. Y es que la matriz del alimento donde sea que se encuentren los nutrientes, parece ser, o mejor dicho, es clave en lo que a sus implicaciones sobre nuestra salud se refiere.

Pero espera, imagínate por un momento esta premisa del reduccionismo analítico aplicada a los lácteos. Podríamos llegar a la conclusión de que “los lácteos son malos porque tienen beta-caseína-A1”. ¿Te suena el nombre de esta proteína?, ¿quizás has exclamado un ¡beta qué!?. Vayamos por partes.

 

Beta-caseína-A1, la mala de la película

Todas las leches de los mamíferos contienen una proteína llamada caseína, ya sea de vaca, cabra u homo sapiens sapiens (nosotras).

Ahora bien, la caseína se encuentra en cantidades variables, y lo más importante, dependiendo del mamífero, e incluso de la raza, se producen diferentes tipos de caseínas.

La leche de vaca que se comercializa en la actualidad procede de razas vacunas que producen mayoritariamente beta-caseína-A1, mientras que la leche humana, así como la leche de cabra, oveja, búfala e incluso ciertas razas de vacas, producen mayoritariamente beta-caseína-A2.

¿Qué le pasa entonces a la beta-caseína-A1? A ella nada, y a los terneros que la consumen tampoco. ¿Qué nos pasa a nosotros, los humanos, cuando la consumimos? Sabemos, por ejemplo, que cuando la ingerimos, tras su digestión se libera un péptido (trozo de proteína) llamado beta-casomorfín-7.

Sí, lleva la palabra “morfín”, y es que actúa tal y como lo hace una morfina, una exo-morfina más concretamente (morfina que viene de fuera).

Eso significa que se une a los receptores opioides de nuestro sistema nervioso central. ¡Uau!, interesante, ¿y qué hace?.

Bueno, en realidad, no se sabe muy bien. En estudios in vitro se ha visto que este péptido reduce la entrada de cisteína (un aminoácido) en las células neuronales y también en las gastrointestinales, reduciendo la formación de Glutation (uno de los mayores antioxidantes que producimos) y de S-adenosilmetionina (un importante “donador metilo” que cumple numerosas funciones).

De hecho, se ha propuesto éste como un mecanismo bioquímico que explicaría por qué “las dietas exentas de caseína y de gluten muestran efectos beneficiosos en síntomas intestinales, autoinmunes y neurológicos en enfermedad celíaca, autismo y esquizofrenia” (Trivedi et al., 2014). Además, ese malvado péptido, el beta-casomorfín-7, también parece estar implicado en el desarrollo de mucosidades cuando hay hiper-permeabilidad intestinal (Bartley & McGlashan, 2010).

Lo malo de los lácteos son las proteínas, ¿o no?

Pero no solo eso, ahora viene lo peor. Recientemente se ha publicado un esclarecedor estudio de intervención que ha valorado si la beta-caseína-A1 genera, o no, trastornos gastrointestinales (Jianqin et al., 2016). Analicémoslo:

Un grupo de personas (n=45) que notaban molestias tras la ingesta de leche (valoración subjetiva) se incluyeron en el estudio, que consistió en lo siguiente:

  • Tras dos semanas sin ingerir lácteos (“lavado”), fueron aleatoriamente asignados a un grupo en el que tomaban 2 vasos de leche al día con una mezcla de beta-caseína A1 y A2; o bien, a tomar 2 vasos de leche al día solo con beta-caseína-A2.
  • Al finalizar esas dos semanas tomando leche, permanecieron otras dos sin ingerir ningún lácteo.
  • A continuación y tras esas dos semanas de nuevo “lavado”, intercambiaron el tipo de leche consumida entre los dos grupos. Es decir, los que tomaban leche solo con A2, pasaron a tomar leche con A1+A2 y viceversa. Esto es lo que los más entendidos en la materia identifican como un estudio de intervención controlado, aleatorizado y cruzado.
  • Durante el estudio se valoraron las heces con la escala Bristol (determina el tiempo de tránsito intestinal); se observó qué pasaba durante el proceso digestivo con una “smartpill” (píldora inteligente que determina tránsito intestinal y el estado inflamatorio); por otro lado se preguntó sobre los síntomas gastrointestinales; y también se hicieron análisis sanguíneos y fecales; y además se valoró cómo era el tiempo de respuesta a una prueba de procesamiento mental de datos (no fuera a ser que el péptido beta-casomorfín-7 tuviera algún impacto).

Los resultados fueron, como te decía, altamente esclarecedores. Observaron que la leche con la mezcla de beta-caseína A1 y A2, comparada con la leche solo con beta-caseína-A2:

  • Aumentaba el IL4 y otros marcadores inflamatorios.
  • Empeoraba los síntomas gastrointestinales.
  • Prolongaba el tiempo de tránsito intestinal.
  • Reducía el contenido de AGCC en heces.
  • Reducía la rapidez y la precisión del proceso cognitivo.

Los autores concluyeron que la beta-caseína-A1 era la responsable del empeoramiento de estos parámetros. Concluyendo también que los problemas comúnmente asociados a la la lactosa, en realidad no se deben solo a este nutriente, si no que en parte se deben a la beta-caseína-A1.

Y entonces, me surgió la duda. Se apoderó de mi ese espíritu crítico que me acompaña siempre que leo o escucho sobre cosas del comer. Y pensé, ¿qué pasaría si alguien consiguiera comercializar una leche solo con beta-caseína-A2?

¡Exacto!, que subvencionaría un estudio como este...

Una compañía llamada “The A2 Milk Company” ha conseguido comercializar una leche procedente de vacas que NO producen beta-caseína-A1, solo producen beta-caseína-A2, de ahí su nombre. Ah, por cierto, he comprobado científicamente que así es (n=1); en la foto, yo en un supermercado de Aberdeen la semana pasada con la súper-leche con beta-caseína-A2. ¡Menos mal! Así ya puedo tomar leche con la conciencia tranquila, ¿o no?

Reflexionemos

Creo que este es un claro ejemplo del reduccionismo en el que caemos cuando nuestro enfoque parte de la ciencia más analítica: “si esto es malo lo quito, si esto es bueno lo pongo, si está de moda doblo la cantidad, solucionado”.

Y así tenemos los estantes de los supermercados llenos, de sin, de con, de 0%, de light, de doble, de enriquecido, de alto, de bajo… en definitiva, de productos ultra procesados sea lo que sea que lleven o dejen de llevar.

Es cierto que en este caso no se trata de un ultraprocesado, ya que no han quitado y puesto, si no que se trata de razas específicas de vacas (más ancestrales, por cierto) que de forma natural no producen beta-caseína-A1, pero sí que se trata de una estrategia de márquetin para vender un producto aparentemente más sano.

Los beneficios de eliminar lácteos no es porque tengan beta-caseína-A1, A2, A3 o A20. Los lácteos no son necesarios, a pesar de que la industria haya decidido que sí que lo son. Por lo tanto, si decides tomar lácteos (porque te gustan) ¡da prioridad a la calidad!

Escoge lácteos de mamíferos que coman aquello para lo que están preparados (no piensos precisamente), que vivan en condiciones aceptables y sin que los hinchen a fármacos, que sean preferiblemente lácteos fermentados (yogur, kéfir, queso) y mejor si son de cabra u oveja, porque ellos tampoco producen la beta-caseína-A1. El día que comercialicen un lácteo de vaca que cumpla todo esto, entonces, volveremos a reflexionar.

 

©2019 Lucía Redondo Cuevas. Derechos reservados.